Narciso Moderno

 

Es de un saber general el mito al que se hace referencia, sin embargo, no está demás volver a estudiarlo, entenderlo, comprenderlo, analizarlo, y hacer un intento de aterrizarlo con el fin de entender de mejor manera la perspectiva de donde apuntan las siguientes palabras.

El mito trata de un joven llamado Narciso, hijo del dios Boecio del río Cefisio y de Lirope Ninfa acuática. Tenía una hermosa apariencia, una belleza excelsa que llegaba a enamorar tanto mujeres como hombres; no obstante, aquella envidiable hermosura era a la vez motivo de un gran defecto, ya que al no tener parangón, generó en Narciso una naturaleza arrogante, que solo provocase que se amase a sí mismo, que solo se desease a sí mismo, que solo se quiera a él y solo a él, ignorando a pretendientes, ignorando a los otros.

 

La historia introduce a la Ninfa Eco, aquella de hermosa e irresistible voz, lo cual provocó celos en la diosa Hera, motivando a que ésta la castigara restringiendo su mayor cualidad. Así Eco, solo podía repetir la última palabra escuchada con quien haya mantenido un coloquio. Así Eco, estaba condenada a nunca poder tomar la iniciativa en una conversación.

 

En una ocasión en un bosque, Narciso rechaza a la Ninfa, provocando que ésta por la tristeza se recluyera en una cueva, desvaneciéndose hasta quedar hecha piedra, quedando solo de ella el eco de su hermosa voz.

En retaliación, la diosa Némesis hace que Narciso se enamore de su imagen reflejada en las aguas de un río, y una vez tan absorto en su figura, acaba arrojándose y falleciendo en ellas. Desde ese instante, de esas aguas, nace la flor conocida como Narciso.

 

¿Cuál es la finalidad de volver a contar esta sabida historia? ¿Con qué tiene relación lo que se contó? ¿A quiénes aluden los personajes presentados?

La finalidad de este relato va en relación con una figura que en tiempos actuales reflejaría a un narciso moderno, una figura muchas veces preocupada de resaltarse, más que de entregarse. Una figura dedicada a la ganancia, más que a las problemáticas. Una figura que llamaremos profesional, al menos en lo que nos respecta, al profesional del área social.

 

El ser profesional conlleva el haberse entregado al conocimiento de una ciencia en particular, el haber abrazado los saberes que componen aquella rama que se dedicó a estudiar. Sin embargo, ¿no es acaso la búsqueda del conocimiento el entregarse a una vida llena de problemas, ya que se deja de ignorarlos y se empieza a identificarlos, a verlos y entenderlos? Problemas los cuales muchas veces acaban terminando en la irresolución: pobreza, violencia, discriminación, vulneración, entre otros. ¿No es acaso una incongruencia el deseo de llenarse de riquezas, el deseo de “ganarse la vida fácil”, el deseo de “vivir una vida relajada”, con el hecho de haberse sumergido al saber de su profesión en particular? Ya que aquel profesional que dedicó su vida a un problema, muchas veces termina topándose con muchos más, que con el que inició.

Más lo que hemos atestiguado son profesionales que se enamoraron de su título, que se embobaron con sus firmas, aquellos que se preocupan en figurar; aquel profesional que dejó de reflexionar, aquel profesional que – pese a su profesionalismo – termina cayendo en el adocenamiento, en el cumplimiento sacro santo de las reglas, rúbricas, bases o normas las cuales le son entregadas y que en la idiota y leal búsqueda del cumplimiento de las mismas, abandona esa cualidad que por antonomasia distingue al humano, el pensamiento crítico .

Un profesional que se enamora de su título como narciso enamorado de su imagen conlleva a un profesional que paulatinamente termina ignorando al otro, ese otro cuya vulnerabilidad le da significación a su profesión, ese otro que siendo un símil de Eco no puede generar la iniciativa en una conversación, en un proceso, en una institucionalización. Ya que es el profesional el que lo piensa, el que lo sitúa, el que lo diagnóstica, el que etiqueta como persona en situación de calle a la persona que por diversos motivos perdió el techo, como drogadicto a la persona que por razones variopintas abusa de sustancias, como delincuente al joven que por una infancia vulnerada no haya mejor manera de sobrevivir que quebrantar la norma que lo vulneró.

Estos otros, estos Ecos, que muchas veces terminan desvaneciéndose por el rechazo de aquellos Narcisos, que por lo general pertenecen a poblaciones vulneradas y vulnerables, los cuales cándidamente, o por una cruel esperanza, enaltecen de tal forma al profesional que terminan por divinizarlo, terminan pensando que todo lo arrojado por sus labios y hecho con su tiempo es por su bien, que todo lo que hacen es por algo mejor. Aquellos otros que tan acostumbrados a rechazos e indiferencias acaban pensando que cada acto de preocupación, empatía y gestión es digna de exaltación, de publicación, de divulgación, de santificación, provocando en el profesional un aire de benefactor. Una acción que debe ser compartida, que debe ser difundida, una acción digna de contar en familia, en reunión. Una acción que desvergonzadamente debe ser subida a las redes sociales sin siquiera pedir el permiso. Una acción que sirve de borrador a todas aquellas malas praxis hechas durante su gestión.

Se genera el hecho asombroso de que ese acto de empatía, de gestión y de trabajo es el olvidado motivo por el cual el profesional es profesional y el por qué está ejerciendo su profesión. Acostumbrando a su paciente, a su participante, a su beneficiario y/o alumno al rechazo, a maltrato, y al abandono. Pero no gratuitamente, ya que eventualmente migajas caerán del banquete que mes a mes surge por el denodado intento de cumplir las metas, de congraciarse con la autoridad visitante, de gastar apresuradamente los recursos asignados, o simple y llanamente evitar una revuelta causada por la amenaza latente de un reclamo, de una denuncia, de un levantamiento de la información que a viva voz es un secreto guardado, cuyo conocedor es cualquier mortal levemente informado.

Aquellos profesionales tan absortos en su amor propio, que muchas veces ignoran su mediocridad, su mendacidad, su maledicencia e ineptitud, que por muy abultado que tengan sus antecedentes curriculares, con suerte saben hilar bien una simple oración, o peor aún, con suerte terminan por saber la profundidad que configura a sus otros como otros. Aquel profesional que se vuelve banal, aquel profesional que se dedica a seguir las reglas y a cumplir las metas, aquel profesional que en su ignorancia termina vanagloriándose por haber hecho de forma anecdótica lo que realmente tiene que hacer día a día y por lo que además, le dan su salario.

Peligroso es tener a estos profesionales absortos en sus reflejos, en sus títulos, ya que ignoran el eco constante del otro, aún más temible, embobados en sus ganancias suspenden el interruptor del pensamiento, aquel que facilita el cuestionar y subvertir aquellas reglas, aquellas normas que muchas veces obedecen a un interés particular, sin una previa conversión a la realidad local.

¿Existirá en nuestra ciudad aquel profesional narciso? ¿Existirá en nuestra ciudad el eco del otro desvanecido en el abandono? ¿Existirá aquel profesional que simple y cómodamente dejó de pensar?

 

José Jirón Diaz

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